Estoy harta de corregir en bucle
Nunca he sido una profa amante de los exámenes. Me parece el instrumento de evaluación más descontextualizado de todos, el más alejado de la experiencia real para la que se supone que intentamos preparar al alumnado. No cuestiono que a veces puede llegar a ser una herramienta práctica por distintos motivos, pero hace muchos años que la sustituyo por otras opciones, que no me canso de recopilar.
Y, la verdad, esta variedad de instrumentos (además del uso de metodologías diferentes) me hizo sentir bien sobre mi práctica docente durante bastante tiempo.
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¿Eres buen profe? Dedícale muchas horas
Seguro que esto no es información nueva para ti: como profes, se nos remunera por una jornada de 37,5 horas semanales. Y es curioso, porque la mayoría de profes que conozco superan con creces ese cómputo de horas.
Aquí no hay distinción: profes de la vieja escuela y profes innovadores. La mayoría superamos el cómputo oficial de horas. Es más, hay un grupo de profes de los que se habla como «se entrega mucho a su trabajo», o «sin duda tiene vocación» que sacrifican tardes, fines de semana y vacaciones preparando materiales.
Yo también fui de este grupo, y me sentía muy orgullosa de ello.
Un pequeño experimento
El caso es que el curso pasado decidí hacer un experimento. Quería reducir el número de horas dedicadas al instituto porque no pretendo ser ninguna mártir de la docencia. Me merezco salud mental, me merezco tiempo con mi familia y tiempo para actividades de ocio. ¡Y porque además no me pagan para trabajar constantemente durante 10 meses al año!
Por eso, tomé dos decisiones. La primera, que iba a intentar al máximo perder el tiempo. Iba a considerar dos veces cada actividad, cada tarea fuera de clase, y decidir si era realmente necesaria. La segunda, que iba a contabilizar el tiempo que dedicaba al instituto y a qué tareas me dedicaba. Cuando me senté a analizar los datos, fue realmente esclarecedor.
¿En qué se me va el tiempo?
Lo primero que debo decir es que al principio utilizaba este control del tiempo real de trabajo para intentar maximizar resultados en el menor número de horas posible. No aspiraba a esas 37,5 horas, pero sí a tener una dedicación a mi trabajo que me permitiera tener una vida.
Y sí, gané en productividad, y mi tiempo de trabajo, aunque seguía por encima de las 37,5 horas, se redujo considerablemente. Pero lo que más me sorprendió fue ver así, clarito, en números y con los gráficos de la app que estaba utilizando, la cruda realidad. Un mes tras otro, durante varios meses, los números eran parecidos.
- De mi tiempo fuera de las aulas, dedicaba aproximadamente el 15 % a preparar clases, materiales y ejercicios.
- El 10 % era para atender a las familias (mensajes, sobre todo).
- El 5 % lo dedicaba al papeleo (he de decir que el curso pasado, al no ser tutora ni ocupar ningún cargo, tuve poco papeleo).
- El 70 % restante lo dedicaba a corregir.
¡A mí no me gusta corregir!
Cada profe tiene sus motivos para haber elegido esta profesión, y pueden ser de lo más variopinto. Por cierto, que seguramente pronto escriba un post contando por qué quise dedicarme a la docencia… Pero me resulta muy difícil concebir que alguien disfrute corrigiendo.
Yo disfruto a tope las horas lectivas (aunque a veces se hagan cuesta arriba), pero no disfruto ni una sola hora de correcciones, y sin embargo dedico (o dedicaba, que ya te contaré los cambios) el 70 % de mi tiempo fuera de las aulas a corregir. Pero claro, es lógico, «forma parte del trabajo». ¿O no?
La realidad es que había empezado un camino de no retorno… porque me hice LA pregunta. Esa que no se nos pasa por la cabeza porque damos por hecho que este corregir y corregir en bucle es «lo que tenemos que hacer». Y esa pregunta es…
¿Pero esto es útil para el alumnado?
Ya lo he dicho, el 70 % de mis horas no lectivas las dedicaba a corregir. Boli verde en mano, anotando errores, escribiendo comentarios al margen que luego nadie leía, contabilizando para sacar de cada actividad, de cada prueba, un número. Un número que pasaría a mi cuaderno y en el que a final de cada trimestre me basaría para poner una nota.
La realidad es que, después de todo ese trabajo, mi alumnado dedicaba unos 10 segundos a considerar si el número marcado arriba era positivo o negativo, 10 minutos a comparar si nota con la del resto de la clase y nada más. No revisaban errores, no se leían mis comentarios al margen.
Comenté esto con algunos compis. Y me salieron con el famoso «la juventud esta fatal, no se preocupan por nada, no les importa aprender».
Por suerte, no me quedé ahí… Y es que tengo Twitter y estoy dispuesta a usarlo.
En Twitter leí sobre profes que trabajaban «sin notas» (o con menos notas, en realidad). Profes que conseguían evaluar con métodos que permitían mejorar al alumnado en vez de ponerlos en un ranking. Y fue el principio de muchos cambios que estoy implementando en muy poco tiempo.
El principio de otra forma de evaluar
Descubrir que dedicaba tanto tiempo a una tarea que no era útil para mi alumnado ni satisfactoria para mí fue el principio de empezar a buscar soluciones. Y empecé a probar pequeños cambios… Pero de todo eso hablaré en otro post. Este lo dejo aquí, a modo de reflexión, por si, como me pasó a mí, tú, que lees estas líneas, estás harto o harta de corregir y no te has planteado que realmente al alumnado no lo es útil. Si es el caso, te animo a explorar otros caminos para una evaluación más formativa.
Aclaración final
En este post he hablado de «corregir» para referirme a la corrección clásica: revisar tareas, señalar errores, hacer algún comentario al margen y finalmente poner una nota. Obviamente debemos practicar la evaluación continua, pero esta no presupone estar poniendo notas constantemente. De hecho, uno de mis objetivos con este blog es ir comentando cosas que hago y a mí me dan mejores resultados con menos corrección tradicional.
[…] primer punto es sencillo: no necesito tener 20 notas por criterio de cada alumno o alumna, sino menos anotaciones justo en el momento preciso, o sea, cuando […]
[…] excusamos en la falta de tiempo: demasiado que corregir, exceso de burocracia… todo eso apenas nos deja tiempo para entrevistarnos con los padres y […]
Gracias